¿Qué es lo peor que puede pasar? – Jueves de Apuesta en la NFL

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Nota del Editor: Esta nota forma parte de nuestra sección Practice Squad. Si quieres publicar tu articulo consulta las bases en este link.

 

 Por Daniel Vega

[quote align=’right’]“En el casino, la regla sagrada es hacer que sigan jugando y que sigan regresando. Entre más juegan, más pierden, y al final, nosotros nos quedamos con todo.”
Ace Rothstein (Robert DeNiro), en Casino[/quote]

 

Apostar en la NFL es un placer, apenas un poco más de lo que es un martirio. No es para los débiles de corazón (¿acaso la liga lo es?), pero sí un deleite para los que gustamos de emociones fuertes. Hay algo increíblemente emocionante en depositar tu confianza y recursos a expensas de un puñado de atletas combatiendo a miles de kilómetros hacia el norte.

 

Fue el jueves pasado. Se acercaba la hora de salir a comer pero en mi cabeza había poco espacio para pensar en menús y bebidas: mis planes se enfocaban en el orgullo herido de Matt Ryan, la rodilla defectuosa de Doug Martin, y en los más de 46 puntos combinados que tenían que anotar Falcons y Bucs para que yo saliera avante de la apuesta de esta semana.

 

La jornada 2 la viví en silencio, después de la horrible apaleada que sufrieron los Packs (y mi cartera) en el Kick-Off 2014. Me dediqué a reflexionar y estudiar los juegos para aliviar las heridas conferidas a mi espíritu por la defensiva de Seattle. Es curioso como el humor puede subir o desplomarse cuando apuestas. Cuando ganas, pasas la semana sintiéndote el tipo más astuto de la colonia; cuando pierdes, eres la versión barata de uno de los personajes torturados de Martin Scorcese.

 

Llegué al casino y sentí una infusión de júbilo en mi pecho. Las meseras te sonríen y el ruido de las máquinas te recibe mientras atraviesas el pasillo, las luces de mil colores iluminando tus ojos. Afuera era la una de la tarde del jueves; adentro, un hombre presionaba botones en los tragamonedas con una sonrisa llena de dientes amarillos y un trago esperándolo sobre la mesa.

 

Los números eran claros: Atlanta (local) -6, marcador total (Altas y Bajas) 46 puntos. Falcons recibió 24 puntos y solo hizo 10 el partido pasado (-14). Las tendencias apuntaban que Falcons cubriría la línea (58%) y las Altas ganarían (62%). Andrés Ornelas, consejero de Primero y Diez, aparentemente lo tenía todo bajo control (Falcons 30 – Bucs 20, Altas); una consulta rápida con mi oráculo personal NFL, mi mejor amigo René, me dice que no haga caso. “Si acaso, apuesta Falcons, veo difícil que cubran las altas”.

 

Bajé por las escaleras del casino y me sentí listo. La sala de apuestas estaba poblada en su mayoría por hombres maduros con camisas arrugadas y libretas en la mano, algunos ancianos de gruesos lentes de pasta, y aunque todos se veían preocupados y desangelados, al mismo tiempo parecían disfrutar cada momento que pasaban ahí. Yo me sentía igual, disfruté cada paso del camino hacia las taquillas, me sentía joven, fuerte, inteligente y decidido.

 

La hoja de apuestas no tenía las cifras (a veces pasa). Me acerqué a la taquilla 4, mi corredor de apuestas era un hombre canoso de cuarenta y tantos años, vestido con un chaleco verde sobre una camisa negra. “¿Cómo está la línea para el juego de NFL?”, le pregunté. Me indicó los números, a lo que respondí: “500 a las Altas”. Justo ahí algo pasó, mi mente se reconfiguró y me perdí por unos segundos. Cuando recuperé la lucidez me encontraba subiendo las escaleras de vuelta con un boleto para apuesta parlay entre mis dedos. No supe cómo, no lo recuerdo la verdad, pero ahora el riesgo era doble: Atlanta tenía que ganar por más de 6 puntos, y los dos rivales de la NFC South debían anotar más de 46 puntos combinados.

 

El resto de la tarde se fue entre miradas nerviosas al reloj y mi frenética búsqueda internáutica de artículos reconfortantes sobre cómo la victoria de los Falcons era lo más probable. Pero aunque los de Georgia eran los favoritos, ningún comentarista pasaba por alto el hecho de que este era un juego de división, donde todo podía pasar. Mi confianza estaba en el Georgia Dome y los imponentes números de Matt Ryan bajo ese techo.

 

Llegó la hora de la salida, un paseo en autobús, una escala en la tienda de la esquina, y a eso de las 8:30 pm, extrañamente, el partido parecía resuelto. Mi sorpresa cada vez era mayor; por momentos, los nervios cedían al júbilo y viceversa, las botellas de cerveza se acumularon junto al sillón hasta que el referee silbó el final del segundo cuarto y los Bucs se llevaban una monstruosa desventaja de 35 puntos. Mi boleto se sentía cada vez más pesado en el bolsillo, poco a poco se convertía en oro puro.

 

Al final los Bucs quedaron en el piso, y por si fuera poco, sentí un toque de justicia en el universo, pues fueron ellos quienes hace más de diez años humillaron a mis tristemente célebres Raiders de Oakland, en ese infame Super Bowl que nos robó el sucio “Chucky” Gruden.

 

Nunca seré un experto en las apuestas, lo hago por puro placer. Se los recomiendo a todos los que quieran añadirle un toque de sabor extra a esos partidos que tal vez no nos llaman tanto la atención, o por si quieren sacarle algo de provecho a su equipo favorito, que tantas veces los ha decepcionado (les hablo a ustedes nuevamente, vergüenza de Oakland). Hoy es lunes, y gracias al orgullo herido de Matt Ryan, tengo fondos para planear mi siguiente thriller.

 

Todo el drama quedó en el pasado, mi mente ya está esperando el kick-off en el Fedex Field, este jueves a las 7:30. ¿Por cuánto tiempo seguiré bajo la gracia de la Diosa Fortuna? No es importante. A la hora de apostar, cuando el ruido de los nervios y la indecisión aumenta y parece a punto de dejarte sordo, sólo hay una cosa que te puedes decir para seguir: ¿qué es lo peor que puede pasar?

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